La Serena, (@JUNJI_Coquimbo). “A través del juego los niños y niñas, exploran, indagan, crean y activan imaginarios, se relacionan e interactúan con el medio social, natural y cultural, propiciando el desarrollo integral de su personalidad, habilidades sociales, capacidades intelectuales y motoras”, señala Daniza Ramírez, educadora de párvulos y coordinadora de la Junji en la provincia de Limarí, quien aborda esta temática desde la experiencia y conocimiento del trabajo en sala, como también, desde su rol como asesora técnica de la institución.
“Cuando el niño o niña juega, no tiene un propósito preconcebido respecto de esta acción, es decir, no lo hace con la intención de lograr algún objetivo en particular, como, por ejemplo: gastar energía o evadir situaciones complejas y conflictivas; los niños y niñas juegan de manera natural y desinteresada, sólo por el placer de jugar y porque esta actividad forma parte de su vida”, destaca.
Si bien esta actividad se proyecta durante todos los periodos de la vida de las personas, se reconoce como una acción distintiva, característica y propia de la niñez, donde el niño o niña decide hacerlo de forma voluntaria, sin restricciones, límites y controles del medio externo. A su vez, esta sensación de libertad e intimidad les genera placer y alegría, así como, también, incentiva el impulso de la acción y creación.
“Resulta sorprendente e interesante observarlos en pleno desarrollo del juego, donde se muestran absortos, concentrados e involucrados con todo su ser en esta actividad; expresándose abiertamente, en confianza y con alegría, desplegando al máximo su capacidad creativa; practicando y ejercitando su autonomía, capacidades de decisión, cimentando de forma progresiva su identidad”, complementa Danitza Ramírez.
El rol de la familia
La educadora destaca que la familia constituye una de las primeras experiencias socializadoras del niño y la niña y, por ende, uno de los primeros escenarios para el juego; menciona que, actualmente en este espacio, esta actividad ha ido perdiendo gradualmente protagonismo; por una parte, debido al uso del juego con fines específicos y, por otra, a la sobreprotección que ejercen los padres o adultos significativos; realidad que se ha visto, aún más exacerbada, en el contexto de contingencia sanitaria, donde producto de las medidas de confinamiento, se han ido perdiendo las oportunidades y espacios para que los niños/as jueguen, lo que ha causado la adopción de patrones de sedentarismo y prácticas más bien pasivas, que no favorecen el ejercicio y desarrollo de todas sus habilidades”.
Por otra parte, Ramírez, manifiesta que “es muy frecuente ver que las familias entienden y asumen el juego como una actividad necesaria, por lo mismo, la incorporan a sus prácticas habituales, imprimiéndole desde su visión adulto céntrica, una clara intencionalidad educativa, la que tiene como objetivo, aprovechar este tiempo en la enseñanza y refuerzo de algunos contenidos y aprendizajes objetivos, supuestamente de más valor”.
A su vez argumenta que “es necesario generar cambios en las actuales prácticas, esto significa que, siempre debe haber instancias en el hogar que favorezcan el despliegue del juego por parte de los niños y niñas, lo que implica la existencia de lugares y espacios protegidos, propicios para escaparse, crear y recrear mundos, así como, de objetos simples que estimulen este acto”.
Otra condición necesaria que recomienda Daniza, es la seguridad afectiva que debe representar el entorno, para favorecer que los niños y niñas puedan moverse y expresarse con mayor libertad, seguridad y confianza.
“Los adultos deben abandonar el rol de vigilante y controlador de estas acciones, muy por el contrario, deben asumir una actitud de acompañamiento, casi invisible, permitiéndoles que puedan moverse y expresarse con libertad y confianza, gozando y disfrutando de estas experiencias”, releva.
Comprender la importancia y trascendencia que adquiere el rescatar y resignificar el valor que tiene esta actividad en la vida de los niños y niñas, constituye una acción imperativa, la que viene a confirmar que, el juego es imprescindible, esencial y propio de la niñez, el cual jamás se debe dejar de promover y propiciar.