José Molina Rojas, Antropólogo – Mg © Cs. Sociales.
Copiapó, (@JUNJI_Atacama). En noviembre de 1944, al seno de la Universidad de Chile, principal institución formativa por ese entonces, se comienza a escribir una parte relevante de la Historia de la Educación en Chile, pues se crea de forma experimental una Escuela de Educadoras de Párvulos. Las mujeres que lideraron este proceso fueron la abogada y psicopedagoga española Matilde Huici Navas y la pedagoga y política feminista Amanda Labarca, reconocida impulsora de los derechos de la mujer, en las primeras décadas del siglo XX. La formación de esta unidad académica contó con el permanente apoyo del rector universitario Juvenal Hernández Jaque. Para 1951, el país contaba con la primera carrera de profesionales para la educación infantil de América Latina de nivel universitario.
La Junji arriba a tierras atacameñas en 1972, cuando se crea el Jardín Infantil “Piolín”, en la Población Cartavio de Copiapó. Este hecho, es la antesala de un importante crecimiento institucional de la institución, servicio creado por la ley N° 17.301 el 22 de abril de 1970. En este sentido, la formación de Educadoras de Párvulos para el desarrollo de la educación inicial fue trascendental para la ampliación de la cobertura en la otrora provincia de Atacama. De esta valiosa etapa, cuatro profesionales guardan una serie de vivencias y aprendizajes, que formaron su carácter humano y profesional. Nos referimos a María Aurora Oyola Castro, Isabel Illanes Montoya, Alexandra Sunkel Peralta y María Angélica Valenzuela Plaza, quienes relatan su experiencia, dentro de un importante proceso de crecimiento de la educación parvularia de iniciativa estatal en Chile y particularmente en la región.
El curriculum de la formación inicial
Una joven Isabel Illanes, luego de convencer a su padre de dejar el hogar familiar en Barquito, decide continuar sus estudios secundarios y universitarios en la ciudad de La Serena, ingresando a Educación Parvularia en 1974. “Cuando entré a estudiar, estaba entre servicio social y educación parvularia, siempre me gustó interactuar con los niños y en mis juegos, ensayaba una sala, en donde era la profesora, sueño que hice una realidad a través de mi profesión y mi trabajo”.
La formación recibida en la sede La Serena, según relata la profesional, fue bastante enriquecida en áreas como: psicología, metodología de la enseñanza, artes plásticas, nutrición y salud, dando un énfasis teórico integrado a las educadoras de párvulos, en ese entonces.
Por su parte, la joven copiapina María Aurora Oyola, emprende rumbo a Arica, en donde ingresa la sede de la extinta Universidad Católica del Norte, hoy Universidad de Tarapacá, cursando una carrera de cuatro años, entre 1973 a 1976. “Egresé como educadora de párvulos con mención en rehabilitación en niños con síndrome de down. La preparación era bien diversa, incluyendo: tres ramos de psicología, higiene ambiental, educación física, sociología, puericultura, literatura infantil, estadística, expresión artística y las correspondientes metodologías por nivel educativo”.
En tanto, Alexandra Sunkel y María Angélica Valenzuela, cursaron estudios superiores en la Universidad de Chile, en su campus regional Antofagasta, lugar que hoy alberga a la Universidad de Antofagasta, frente a una inigualable vista del mar Pacífico.
Alexandra Sunkel, salió desde Copiapó a profesionalizarse entre 1974 a 1976, destacando que: “había un importante énfasis en ramos relacionados a la formación ética, nutrición y salud, literatura, lenguaje y anatomía”. En línea con lo anterior, María Angélica Valenzuela, recuerda sus años de formación con gran añoranza, especialmente a sus profesores, quienes: “tenían una sólida formación y nos enseñaron la relevancia del aprendizaje social, de reconocer al otro y educar desde esos saberes. Recuerdo con mucho aprecio un curso de desarrollo comunitario y familia, que nos permitió salir a terreno y relacionarnos con los territorios y las organizaciones vecinales. Además, contábamos con un contexto cultural muy valioso al interior de la universidad, que nos permitió acceder a mejores posibilidades para la enseñanza de los más pequeños, en nuestro futuro trabajo como educadoras pedagógicas”.
Estas profesionales coinciden en la relevancia que tuvieron en su vida universitaria las prácticas profesionales y la responsabilidad que debían asumir con los denominados centros de prácticas, entidades de diversa índole y que daban cuenta del escenario histórico de la educación inicial en la década 1970, donde la Junji venía creciendo ostensiblemente en cobertura, especialmente en el período 1970 a 1973 y la participación de otros actores en la enseñanza del segmento infantil, considerando jardines infantiles pertenecientes a entidades sin fines de lucro, fuerzas armadas y de orden y las escuelas de párvulos.
La educación parvularia pública: entre las complejidades sociales y la implementación curricular
Indubitadamente, estas profesionales acudieron a la Junji, para comenzar en esta institución su vida laboral, siendo conscientes de la relevancia que tenía para el país y la infancia, el desarrollo de una educación parvularia pública. En agosto de 1977, Alexandra Sunkel ingresa a la institución, regresando a Copiapó, especialmente porque su padre, empleado de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, se acogía al retiro.
Luego de una evaluación técnica realizada en la Delegación Regional ubicada en el Jardín Infantil “Piolín”, la educadora ingresa a trabajar junto a María Inés Vergara, quien años después, colabora activamente en la creación de la carrera de Educación Parvularia de la Universidad de Atacama. Luego de desempeñarse en el jardín infantil de la Universidad del Norte y en el Centro de Rehabilitación de Arica, una joven “tía Lola”, como es conocida cariñosamente María Aurora Oyola, regresa a Copiapó y comienza labores en la Junji el 2 de mayo de 1979, en el antiguo Jardín Infantil “Lucerito”, que funcionaba en un recinto cercano a la parroquia San José Obrero de la histórica población Pedro León Gallo de Copiapó.
En tanto, en el puerto de Coquimbo, la educadora Isabel Illanes ingresa al Jardín Infantil “Pim Pon”, en 1978. Dos años después, junto a su pequeño hijo Rodrigo, decide volver a su entrañable Chañaral, pidiendo el traslado al Jardín Infantil “Caracolito”, establecimiento que, en sus primeros años, funcionó en la costanera del puerto de oro y metal, teniendo una capacidad de 64 párvulos, siendo el único centro parvulario de la actual provincia.
Mientras que, la ciudad educadora esperaba a dos jóvenes profesionales que retornaban al terruño vallenarino, María Angélica Valenzuela junto a su amiga y compañera de pensión en Antofagasta, Ana Evans. Las recién egresadas, acudieron al Jardín Infantil “Naranjito”, esperando ser contratadas para laborar en el mismo recinto. Fueron recibidas por una joven Elena Martín Duran, quien en marzo de 1979 les informa que comenzarían a trabajar en Junji, pero la necesidad del servicio derivó a que María Angélica se iniciara en el “Pelusita” y su amiga Ana Evans en el ex “Bambi”, hoy actual centro educativo “Verito Cortés Alcayaga”.
Las educadoras que trabajaron por largos años en la Junji, coinciden en que la situación educacional de ese tiempo era muy distinta a la de hoy, en donde los problemas de índole social y económico se imponían en el día a día de los jardines infantiles.
María Aurora Oyola plantea que “en ese tiempo, se observaban familias que hacían frente a la pobreza, expresada en términos materiales y en donde, los niños no sólo estaban al cuidado de las madres, sino que, de sus abuelas, ya que las mamás, en su mayoría sin apoyo de los padres de los niños, debían salir a trabajar. Por lo que, las abuelas se hacían cargo de varios nietos, que asistían al jardín infantil para asegurar la alimentación diaria”.
Por otra parte, la profesional Alexandra Sunkel cuenta: “La vulnerabilidad de las familias era un tema muy preocupante para los equipos, especialmente porque los recursos para la higiene de las niñas y niños escaseaban, por lo que siempre se debía estar controlando la salud de los niños de enfermedades infecciosas, las que debían ser atendidas en el hospital”.
En Chañaral, el gran desafío de la educadora Isabel Illanes, fue la educación para la familia en cuanto a las pautas de crianza. “Observábamos que muchos de los párvulos lamentablemente sufrían violencia física, cuestión que me llevó a un permanente trabajo con las apoderadas, desde el diálogo para generar cambios. Soy una asidua lectora de temas sobre psicología, por lo que eso me ayudó a acordar cambios de conducta favorecedores para los niños. Gracias a ese trabajo, en donde las agentes educativas fuimos conscientes de nuestro encargo social, muchas mamás modificaron sus conductas de agresividad, asegurando un sano ambiente familiar para sus hijas e hijos”, explica.
Actualmente, el Chile urbano alcanza niveles de alcantarillado y saneamiento básico próximos al 95%, situación que, en la década de 1980, recién se estaba subsanando a través de la instalación de las casetas sanitarias, según recuerda María Angélica Valenzuela: “En ese tiempo, recién las familias estaban normalizando la situación sanitaria más esencial, por lo que los énfasis del período estuvieron centrados en la salud, especialmente a finales de los 70 y primeros años de la década siguiente. Teníamos que hacer un potente trabajo de educación con las familias en temas centrados en salud y cuidados del niño y la niña”.
Y agregó: “Otro tema que era preocupante fue la desnutrición alarmante que afectaba a las niñas y niños y en esto, debo agradecer que la Junji siempre ha sido una institución interdisciplinaria, pues contábamos con el apoyo de nutricionistas que nos facilitaban este proceso. Además, a comienzos de los 90, la baja cobertura de atención en sala cuna, fue un problema que comenzó a ser abordado en la provincia por las autoridades que llegaron a la Junji en esa época”.
La trascendencia de quien educa
Las cuatro educadoras, reflexionan en que el o la agente educativa siempre debe impactar positivamente en la vida de las niñas y niños y especialmente de las familias usuarias, que progresivamente han visto en la Educación Inicial, un espacio pedagógico que sienta las bases del desarrollo ulterior de sus hijas e hijos.
La querida tía Lola recuerda con mucha satisfacción: “En los primeros años de mi carrera, fue elegida en dos ocasiones como la mejor educadora de la región, cuestión que me llenó de orgullo, pero que me empujó a seguir trabajando y esforzándome por llegar a los niños y sus familias. En ese entonces, teníamos que salir casa por casa asegurando la atención educativa y dando las facilidades de acceso de los niños a los jardines, fortaleciendo el lazo que nos vinculaba con la comunidad circundante, pues la falta de recursos, no nos quitaba el ánimo de desarrollar el quehacer educativo, para eso teníamos a las redes, que siempre nos tendían una mano”.
Por su parte, Isabel Illanes manifiesta que su interés siempre estuvo centrado en las relaciones interpersonales, en donde “me preocupé constantemente de las relaciones del personal que tenía a mi cargo pero también con las familias, desarrollando todo tipo de talleres, que nos permitieran acercarnos a ellas y volver la relación jardín-familia, mucho más significativa, asegurando que nuestra gestión fuera en apoyo de la importante labor de educar a niñas y niños, cuestión que es una responsabilidad compartida”.
La educadora Alexandra Sunkel nos brinda una importantísima reflexión en torno a la confianza en las niñas y niños: “En mi práctica, eliminé el no puedo, las niñas y niños nos enseñan eso, por lo tanto, como profesional, valoré que ellos siempre lograrán los objetivos del aprendizaje, pero no desde mis expectativas, sino que respetando sus individualidades. Es así como al finalizar cada día, me decía: di todo lo mejor de mí para generar aprendizajes de la mejor manera posible y en beneficio de las niñas y niños, trabajo en donde las técnicas en educación parvularia, siempre fueron un aporte fundamental”.
María Angélica Valenzuela rescata que la labor educativa requiere de equipos consolidados y unidos: “No podría decir que los logros de mi rol pedagógico los conseguí en solitario, siempre me acompañó un equipo que creía en mí, pero finalmente creía que estos logros eran de todos y eso nos permitió por ejemplo, contar con la participan masiva de las familias en las actividades pedagógicas de los establecimientos que me correspondió liderar, pues una buena educación se construye con equipos que llevan a cabo los grandes sueños de las comunidades educativas, siendo el centro de éstos, nuestras niñas y niños”.
Un lugar para el recuerdo
La Educación Parvularia, sin duda es el gremio profesional mayormente feminizado en Chile, ya que gran parte de las profesionales en ejercicio, son mujeres, condición de género que ha caracterizado históricamente a este relevante ámbito de la educación nacional. Es así, como estas profesionales recuerdan que en sus primeros años, establecieron lazos de compañerismo y amistad, que perduran hasta la actualidad, en donde mencionan con mucho aprecio a las primeras profesionales que comenzaron su ejercicio pedagógico en la otrora Delegación Regional de Atacama.
Entre ellas se encuentran: Patricia Castro, Hilda Cortés, Lucía Henríquez, Matilde Soluaga, Bertina Meza, María Alicia Pedemonte, Cristobalina Martínez, María Cristina Becerra, Nelly Pardo, Ximena Márquez, Sonia Castillo, Francisca González, Elena Martin, María Inés Vergara, Alicia Astudillo, Elsa Torres, Emilia Jorquera y Nora Córdova. Una mención en la memoria afectiva a las educadoras que fueron parte de los jardines infantiles de Atacama y que han dejado la existencia terrenal, dando paso a una remembranza inolvidable para quienes dieron vida a sus aulas y los equipos que acompañaron esta labor: Ana María Evans Morales, Amanda Muñoz Pérez, Verónica Cortés Alcayaga y Graciela Fajardo Casas.
En la semana de la educación inicial en Chile y en el contexto de los cincuenta años de la Junta Nacional de Jardines Infantiles, se pone en valor la importante labor profesional de las Educadoras de Párvulos, que, desde los orígenes de la institución, con creatividad y solidez pedagógica, han logrado importantes progresos para la educación de la primera infancia. Tal como reflexionaba el pensador latinoamericano Paulo Freire: “La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra”, acción que devela el mundo en una exploración enriquecedora para las niñas y niños, que dan sus primeros pasos y construyen aprendizajes sostenibles en una mediación pedagógica fundamental.